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La cosmovisión trágica, heredada de la Grecia clásica, parte de una concepción de la existencia marcada por la tensión entre la libertad humana y un destino ineludible. La tragedia no se reduce a un final desgraciado, sino que implica la confrontación del individuo con fuerzas que lo superan —la divinidad, la ley, la herencia, la fatalidad— y que revelan la fragilidad de la condición humana.
En Edipo Rey de Sófocles, el héroe busca la verdad con un fervor racional, pero al hacerlo termina descubriendo que ha cumplido la profecía que intentaba evitar: matar a su padre y casarse con su madre. La grandeza de Edipo radica en su obstinación por conocer, aunque ese conocimiento lo destruya. El destino no se evita, pero la dignidad humana aparece en la lucidez con que el héroe lo enfrenta.
En Antígona, también de Sófocles, la tragedia se manifiesta en el choque irreconciliable entre dos órdenes legítimos: la ley de la ciudad, encarnada por Creonte, y la ley no escrita de los dioses, defendida por Antígona al querer dar sepultura a su hermano. El conflicto no tiene resolución armónica, porque cada parte encarna un valor absoluto. La tragedia surge cuando ambas razones, igualmente válidas, conducen inevitablemente a la destrucción.
En ambos casos, la cosmovisión trágica enseña que el ser humano no es dueño absoluto de su destino, que las decisiones se dan siempre en un horizonte de límites insalvables, y que la grandeza consiste en la manera de asumir esos límites con conciencia y firmeza.

Profesor Jesús Maestro.
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Qué es una tragedia y cómo identificarla e interpretarla en el arte y la literatura
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