El Eternauta — De la página 21 a la 30
Subtítulo: Confirmación del peligro y decisión de enfrentar lo exterior
Resumen (págs. 21 a 30)
El grupo continúa encerrado en la casa de Juan Salvo. La nevada no cesa. Se reafirman las medidas de aislamiento y se intensifica la vigilancia por las ventanas. En medio de esa tensa espera, ven a un vecino en la casa de enfrente. A pesar de que desde la casa de Salvo le hacen señas desesperadas para advertirle, el hombre se asoma a la ventana y abre una hoja. El resultado es inmediato: cae muerto. La escena los impacta profundamente. Ahora tienen una nueva prueba directa de que el aire está contaminado o que la nieve es letal incluso en cantidades mínimas. La amenaza es invisible pero certera.
Ese acontecimiento los convence de que no podrán mantenerse encerrados mucho tiempo sin tomar riesgos. La comida se va a terminar. Hay que salir. Se empieza a hablar de la posibilidad de construir trajes de aislamiento. Favalli lidera la idea: usarán materiales plásticos, vinilos, máscaras. No saben si funcionará, pero es lo único que pueden intentar. Comienza la recolección de materiales disponibles en la casa. El grupo entero se organiza con sorprendente eficacia.
En paralelo, surge la pregunta inevitable: ¿quién va a salir? Juan Salvo se ofrece primero. También lo hacen Favalli y Lucas. Nadie quiere poner a otro en peligro, y al mismo tiempo ninguno se quiere quedar sin hacer nada. La escena no es de heroísmo impulsivo, sino de compromiso colectivo. Pero no logran decidirlo. Para evitar discusiones o preferencias, proponen tirar los dados. La suerte, no el mandato ni la imposición, definirá quién será el primero en salir a enfrentar el mundo exterior.
A lo largo de estas páginas, el grupo empieza a asumir la continuidad del desastre. Ya no hay dudas ni esperanzas de una resolución rápida. No se trata de esperar, sino de actuar. Con orden, con inteligencia, con decisión. Están rodeados por la muerte, pero no paralizados.
Interpretación y lectura con foco épico (págs. 21 a 30)
La muerte del vecino que abre la ventana —a pesar de los gestos desesperados desde la casa de Salvo— sella definitivamente la percepción del afuera como espacio letal. La escena es breve, muda, pero de una contundencia devastadora. Lo que empieza a dibujarse es una frontera radical entre el adentro y el afuera: la vida está en el interior, el exterior se ha vuelto terreno de exterminio. Esta imagen simbólica del umbral sellado atraviesa el tono de estas páginas y reformula la dinámica del grupo: hay que sobrevivir, pero ya no esperando ayuda, sino planificando desde el encierro.
Favalli se consolida como figura central en el eje del pensamiento técnico y científico. Su idea de construir trajes con lo disponible en la casa es más que una solución práctica: es una forma de responder al terror con pensamiento. En vez de quedarse inmovilizados por el miedo, los personajes piensan, planifican, prueban. Esta actitud es fundamental dentro de la cosmovisión épica de El Eternauta: no hay intervención divina ni salvador externo. La única salida es la inteligencia colectiva. En este punto, la épica se diferencia de otras narrativas heroicas: el destino no se enfrenta con fuerza, sino con cabeza y cooperación.
La pregunta sobre quién saldrá primero con el traje es el momento ético más fuerte de este tramo. Juan Salvo, Favalli y Lucas se ofrecen por iniciativa propia. Nadie obliga a nadie, nadie se esconde. El grupo no resuelve la decisión por jerarquías ni por habilidades especiales, sino que recurre a un gesto de igualdad total: tiran los dados. Ese recurso, que en otro contexto podría parecer frívolo, acá tiene una densidad simbólica notable. El azar aparece como único árbitro cuando no hay modo de preferir a uno sin desvalorizar al otro. La épica que se configura es horizontal, democrática, fundada en la responsabilidad común.
Además, hay una dimensión no menor que se sugiere: la organización doméstica. El trabajo con materiales, la reutilización de recursos, el diseño artesanal de un equipo protector, hacen que la resistencia surja del espacio privado. La casa no es solo refugio: es taller, laboratorio, núcleo político. Se resiste desde lo común, desde lo posible, desde lo que se tiene a mano. Esa poética del hacer con lo disponible es también una forma de épica: la del ingenio, la del oficio aplicado a la vida.
Juan Salvo, en ese contexto, empieza a mostrar su forma de liderazgo: silenciosa, decidida, comprometida. No da discursos, no se impone, no necesita ser autorizado. Se ofrece. Esa forma de liderazgo —tan distinta de la épica tradicional basada en el mando— se vincula más con una ética del cuidado que con la del combate. El héroe de El Eternauta no lidera por superioridad, sino por entrega.
En definitiva, estas páginas muestran cómo el relato empieza a transitar de la pura supervivencia a la organización activa. La épica no nace de una gran batalla, sino de una serie de decisiones que se toman en medio del encierro, bajo presión, con inteligencia. El enemigo sigue siendo invisible, pero el grupo ya ha dado un paso: en lugar de esperar el final, empiezan a prepararse para enfrentarlo. La muerte está cerca, pero no triunfa. Hay estrategia, hay comunidad, hay coraje sin gritos: una épica del nosotros.
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