
El superhéroe es una figura moderna derivada del héroe clásico, con quien comparte ciertos rasgos —como el coraje, la misión trascendente o la lucha contra el mal—, pero reconfigurada dentro de una lógica contemporánea, muchas veces atravesada por la tecnología, la ciencia ficción o los dilemas éticos globales. Sus poderes no necesariamente lo hacen superior al héroe antiguo, sino distinto en su función y en el mundo que habita.
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Los héroes mitológicos que dieron origen
a Superman, Batman y la Mujer Maravilla
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Martín Fierro y El Eternauta: figuras de una épica nacional
Cuando hablamos de cosmovisión épica, nos referimos a una manera de ver el mundo donde el conflicto es inevitable, y los sujetos están llamados a enfrentarlo con coraje, decisión y una conciencia aguda de su lugar en una historia mayor. En este universo, el individuo o el grupo no vive para sí, sino para una causa, para un relato que lo excede: la patria, la justicia, la supervivencia, el honor, la memoria. La épica estructura los valores en torno a la acción, el sacrificio y la resistencia frente a fuerzas superiores (la injusticia, la opresión, la naturaleza hostil, lo desconocido).
En el ciclo de lecturas de junio, julio y agosto, vamos a explorar esta cosmovisión a través de dos obras claves: El gaucho Martín Fierro, de José Hernández, y El Eternauta, de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López. Ambas proponen modelos de héroes distintos, pero igualmente inscritos en lo épico.
Martín Fierro es un héroe individual y ambiguo. Encarna tanto la figura heroica (valiente, libre, luchador) como la del antihéroe (marginado, transgresor, solitario). Su rebeldía es una forma de épica gaucha: no busca gloria sino justicia; no pelea por ideales abstractos sino por su tierra, su familia, su dignidad. Vive en conflicto con un Estado que lo oprime y una sociedad que lo excluye. Su voz desafiante, popular y poética crea una figura mítica que interpela al lector desde la intemperie.
El Eternauta, en cambio, propone una épica colectiva. El héroe no es un solo hombre, sino un grupo que resiste unido ante una catástrofe. Juan Salvo y sus compañeros encarnan la dignidad del común, del trabajador, del vecino que se organiza para sobrevivir. Acá no hay un destino individual, sino una conciencia solidaria: la épica del nosotros. La historieta, ambientada en una Buenos Aires nevada y asediada, convierte al lector en testigo de una resistencia sin nombres célebres, pero profundamente heroica.
Ambas obras —una en el campo, otra en la ciudad; una en el verso, otra en la viñeta— revelan que la cosmovisión épica puede tomar formas muy distintas, pero siempre gira en torno a una lucha: contra la injusticia, contra el olvido, contra la muerte. Y en esa lucha, el héroe —sea gaucho o vecino— no se define solo por lo que hace, sino por lo que defiende.
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