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17. Ley divina vs. Ley humana



Fiel a los muertos, sola frente a los vivos.

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"Antígona", de Sófocles, comentado por 
la profesora Eva Tobalina

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Después de ser capturada por desobedecer el edicto real, Antígona es interrogada por Creonte, quien le pregunta si sabía de la prohibición de enterrar a Polinices y por qué, aun sabiéndolo, decidió actuar en contra de la ley humana.

"No era Zeus quien me la había decretado, ni Díke, compañera de los dioses subterráneos, perfiló nunca entre los hombres leyes de este tipo. Y no creía yo que tus decretos tuvieran tanta fuerza como para permitir que solo un hombre pueda saltar por encima de las leyes no escritas, inmutables, de los dioses: su vigencia no es de hoy ni de ayer, sino de siempre, y nadie sabe cuándo fue que aparecieron."


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Ley divina vs. ley humana en Antígona: el corazón de la tragedia

La tragedia Antígona de Sófocles se sostiene sobre una tensión primordial: la oposición entre la ley divina, entendida como orden sagrado y eterno, y la ley humana, representada por las decisiones políticas del poder temporal. Este conflicto no es un mero accidente argumental, sino el centro mismo de la obra. Desde los primeros diálogos, donde las consecuencias apenas empiezan a perfilarse, la tragedia construye un dilema de dimensiones universales: ¿Qué ocurre cuando el mandato de los dioses choca con la voluntad de los hombres?

Antígona, heredera de un linaje maldito, se convierte en la encarnación de la ley divina. Frente al edicto de su tío Creonte, que prohibe dar sepultura a Polinices bajo pena de muerte, ella invoca un orden anterior, más antiguo que cualquier decreto humano. Para Antígona, no enterrar a su hermano no es solo una falta de afecto o una traición familiar: es una violación del deber sagrado que los vivos tienen para con los muertos. La sepultura no es, en su concepción, un acto de piedad privada, sino una exigencia de los dioses infernales, una condición esencial para que el alma del difunto encuentre su reposo en el Hades.

Creonte, en cambio, representa la ley humana, la necesidad de consolidar el orden de la ciudad tras la guerra civil que enfrentó a los hermanos enemigos. Desde su perspectiva, la estabilidad del Estado depende de establecer reglas claras y de castigar ejemplarmente a quien haya atentado contra Tebas. El edicto que prohibe honrar a Polinices no es, en su visión, un capricho personal, sino una decisión política necesaria para preservar la polis del caos.

El diálogo entre Antígona e Ismene, así como el posterior enfrentamiento entre Antígona y Creonte, revela que no se trata simplemente de dos obstinaciones personales. Lo que está en juego es una elección entre dos sistemas de sentido. Antígona defiende leyes "no escritas", inmutables, nacidas "ni de ayer ni de hoy", mientras que Creonte hace prevalecer el principio de que la ciudad-Estado es la medida suprema de lo correcto. Esta oposición, sin embargo, no es simétrica. La ley de los dioses no puede ser negociada ni derogada, mientras que la ley humana es mutable, sujeta al tiempo y a las circunstancias.

La tensión alcanza un punto álgido cuando Creonte decreta que Antígona debe ser castigada por su acto de desobediencia. Antígona no niega su culpa ante la ley humana: la afirma, la proclama. Pero en su escala de valores, cumplir el mandato divino pesa infinitamente más que respetar el dictado del trono. Al desafiar al poder político, Antígona no busca destruir la ciudad ni instaurar un nuevo orden: su lucha es silenciosa, ritual, dirigida a preservar un orden invisible que Creonte ha osado ignorar.

Sófocles no ofrece respuestas simples. El espectador se encuentra suspendido entre dos razones: la razón de la polis, que necesita disciplina para sobrevivir, y la razón de la piedad, que exige respeto a lo sagrado. El Coro, oscilante, refleja esta incertidumbre, ora apoyando la prudencia del gobierno, ora admirando la valentía de la joven que desafía a la muerte por fidelidad a los dioses.

La tragedia insinúa que ignorar la ley divina tiene consecuencias que trascienden el ámbito humano. La desmesura (hybris) de creer que el poder político puede sustituir o borrar las exigencias eternas conduce inevitablemente a la ruina. Sin embargo, Sófocles evita convertir el conflicto en una fábula moral cerrada. La tragedia no predica: expone. Deja al espectador, y a la propia Tebas, ante una tensión irresuelta.

El desenlace, que se intuye como inevitable, no ha llegado aún. Pero la obra ya ha plantado su pregunta fundamental: ¿Puede el hombre vivir como si la ley de los dioses no existiera? Antígona y Creonte, cada uno a su modo, caminan hacia su destino, arrastrando tras de sí el eco de esa pregunta, cuyo peso todavía gravita, oscuro y silencioso, sobre la escena.