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La hybris en Antígona: Creonte y el límite del poder
La tragedia de Antígona de Sófocles es, entre muchas otras cosas, una meditación sobre los peligros de la hybris: esa desmesura humana que, en la concepción griega, provocaba la caída de los grandes y atraía sobre ellos la venganza de los dioses. Aunque el dilema de Antígona —obedecer la ley divina o la ley humana— estructura la tensión dramática, es en la figura de Creonte donde la hybris se manifiesta de manera más explícita, teñiendo de fatalidad la vida de toda Tebas.
Creonte encarna el poder político absoluto, convencido de que su edicto —el que niega sepultura a Polinices— debe ser cumplido sin excepción para preservar la estabilidad de la ciudad. En un primer momento, su razonamiento parece prudente: después de una guerra civil, la polis necesita un principio de orden, y Creonte pretende garantizarlo marcando de manera tajante quiénes son los leales y quiénes los enemigos. Sin embargo, su error trágico —su hybris— surge cuando su decisión se convierte en una afirmación de su propia autoridad personal por encima de cualquier otro principio, incluso de las leyes eternas que rigen a los hombres y a los dioses.
Creonte no reconoce límite alguno a su poder. Considera que, como soberano, puede decidir sobre los vivos y los muertos, sobre el honor y el olvido, sobre el bien y el mal. No percibe que al hacerlo no solo desafía las costumbres ancestrales y la piedad religiosa, sino también el equilibrio fundamental que sostiene la vida humana. El edicto que prohíbe enterrar a Polinices no es, en el fondo, una defensa de la ciudad: es la afirmación de que la voluntad del gobernante puede suplantar la tradición y el orden divino.
En la tragedia griega, la hybris no siempre se manifiesta como un acto de brutalidad externa. A veces es, como en Creonte, una rigidez interior: la incapacidad de escuchar, de adaptarse, de reconocer que el poder humano es limitado. Esta forma de desmesura se revela en su diálogo con Hemón, donde Creonte desprecia la posibilidad de ceder incluso ante el consejo sensato de su propio hijo. Se revela también en su confrontación con el adivino Tiresias, a quien acusa de corrupción antes que admitir que su edicto puede haber transgredido las leyes sagradas.
La hybris de Creonte no es un capricho momentáneo. Es una forma de pensar el mundo donde el orden de la polis se identifica con su voluntad personal, donde el respeto por las tradiciones sagradas es visto como una amenaza para la autoridad. En este sentido, su actitud se opone radicalmente a la de Antígona: ella reconoce su pequeñez ante las leyes no escritas de los dioses; él, en cambio, actúa como si su palabra pudiera redefinir el orden mismo del cosmos.
El Coro, testigo silencioso de los acontecimientos, refleja en sus cantos esta tensión entre el hombre y los límites impuestos por los dioses. Sin condenarlo abiertamente, insinúan que quien no respeta las leyes eternas será golpeado por el destino. En el mundo de Sófocles, no se necesita un castigo inmediato para que la hybris sea trágica: basta con saber que la soberbia, tarde o temprano, reclama su precio.
Así, Antígona no es solo la historia de una joven que desafía a un rey. Es, también, la historia de un hombre que, en su afán de controlar el mundo, olvida que todo poder humano está sometido a leyes más altas, invisibles pero inexorables. La hybris de Creonte no destruye solo su propio destino: amenaza con arrastrar a toda la ciudad a la desdicha. Y la tragedia, al dejar en suspenso su desenlace, plantea una advertencia que trasciende su tiempo: ningún poder, por grande que parezca, puede ignorar impunemente el límite que los dioses han puesto a la condición humana.
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