
La peste de Tebas
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La peste del tirano Edipo: política, medicina y desmesura
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Layo: juventud, transgresión y la herencia de un linaje marcado
La tragedia de Edipo Rey hunde sus raíces en un hecho anterior, cometido en la juventud de su padre, Layo. No es simplemente la acción del destino lo que arrastra a Edipo a su caída, sino la consecuencia de una falta antigua que tiñó de sombra a toda su descendencia. Layo, acogido como huésped en la corte de Pélope, se enamoró de Crisipo, hijo del rey, muchacho de belleza deslumbrante, pero como éste no le hacía caso, acabó violándolo y entonces el príncipe se suicidó.
Durante su estancia, Layo desvió el lazo de confianza y protección que debía unirlo a Crisipo, el joven hijo de Pélope. En lugar de honrar la hospitalidad recibida, violó, estableciendo un vínculo indebido que atentaba contra el orden natural y social, y el príncipe. Este acto no fue ignorado por los dioses: según las versiones míticas, Pélope maldijo a Layo y su estirpe, decretando que no encontrarían felicidad ni estabilidad en sus descendientes.
La afrenta de Layo no solo quebrantó una relación humana, sino que alteró el equilibrio del linaje cadmeo. Cuando más tarde el oráculo anunció que Layo sería padre de un hijo destinado a convertirse en la causa de su ruina, no era un castigo arbitrario, sino el eco de aquella falta originaria. Su intento de eludir el destino —ordenando la exposición del niño recién nacido— no hizo más que reforzar la inevitable caída.
La historia de Edipo, entonces, nace de un error anterior, de un acto de soberbia y desmesura que, aunque pueda ser relatado con palabras veladas, marca inexorablemente el rumbo de toda una generación. En la tragedia griega, el pasado nunca queda enterrado: retorna, silencioso y fatal, reclamando lo que se le debe.
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Tiempo después, ya en Tebas, Layo consultó al oráculo de Delfos. El dios le advirtió que si tenía un hijo, ese hijo sería su ruina: lo mataría y ocuparía su lugar. Tratando de evitar ese destino, Layo y su esposa Yocasta intentaron durante años no concebir hijos. Sin embargo, una noche, bajo la influencia del vino o la fiesta, Yocasta quedó embarazada.
Cuando nació el niño, Layo, temeroso del oráculo, decidió deshacerse de él. Mandó perforar sus tobillos y lo entregó a un servidor para que lo abandonara en el monte Citerón. Sin embargo, el servidor, apiadándose del bebé, no cumplió la orden completamente: lo entregó a un pastor de Corinto, quien a su vez lo llevó al rey Pólibo y a la reina Mérope. El matrimonio, que no podía tener hijos, lo adoptó en secreto y lo crió como propio, dándole el nombre de Edipo (que significa "pies hinchados").
Edipo creció como príncipe de Corinto, sin saber nada de su origen. Un día, durante un banquete, un hombre ebrio insinuó que Edipo no era hijo legítimo de Pólibo y Mérope. Perturbado por la duda, Edipo decidió ir al oráculo de Delfos para preguntar sobre sus verdaderos padres. Pero el oráculo no le respondió sobre su origen: le anunció que estaba destinado a matar a su padre y casarse con su madre.
Aterrorizado por esa profecía, Edipo decidió no regresar a Corinto para evitar cumplirla. En su huida, tomó el camino hacia Tebas. En una encrucijada de tres caminos, se encontró con un hombre mayor y su escolta. Luego de una discusión violenta por el paso, Edipo mató al hombre —que, sin saberlo, era Layo, su padre— y a la mayoría de sus acompañantes.
Tras ese incidente, Edipo siguió su camino y llegó a Tebas, que estaba asolada por la Esfinge, un monstruo que devoraba a quienes no podían resolver su enigma. Edipo logró responder correctamente y liberar a la ciudad. En recompensa, fue nombrado rey y se casó con la reina viuda, Yocasta —sin saber que era su verdadera madre.
Cuando comienza la obra de Sófocles, Edipo ya es rey de Tebas, esposo de Yocasta, y padre de sus hijos. La peste azota la ciudad, y el drama se inicia con Edipo tratando de encontrar su causa, sin imaginar que todo está ligado a su propio origen oculto.
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